miércoles, 9 de noviembre de 2011

Paraná

Miro alrededor y está lleno de pescadores. Algunos más profesionales, otros más improvisados, todos con cajitas donde guardan elementos, yo les diría “cositas”, cositas desconocidas para los que como yo, no sabemos nada de pesca.

(Sentado frente al Paraná, me pregunto qué vine a pescar)

Como hacemos con el fuego, todos miramos el agua con la misma fascinación. Son ojos de apostador clavados en un paño húmedo, pero la expectativa es calma.

(Vine a pescar una sorpresa. Quizás)

Pienso en la fe del pescador. No es obstinación, no es terquedad, la fe del pescador está criada en los surcos de la paciencia. En horas y días de nada. El pescador se fortalece en la derrota, la espera le infla la convicción. El cree fervientemente que segundo a segundo, construye lo que merece.

(Vine a pescar una recompensa. Puede ser)

El pescador maneja cierta información, sabe que por esta zona anda tal pez, sabe cuál es la carnada y cómo arrojar la línea. Sin embargo la ceremonia está ausente de certezas. Intuye, especula, adivina, pero acá todo es del orden de lo potencial. Hasta que la cosa no sucede, no sabe que carajo va a salir.

(Vine a pescar lo que estoy pescando. Eso)