viernes, 8 de junio de 2012

Vecinos


Los vecinos a veces se parecen a los fantasmas. Tengo recuerdos de vecinos que creo haber visto en mi infancia, tipos mirando medio de reojo, como testigos de un pasado que llega a veces entre nubarrones de otros pensamientos. Con el tiempo uno le agrega a esos personajes singularidades falsas, que por tanto sumarlas pasan a ser ciertas, los bigotes y los sombreros son mis preferidos, y ciertos gestos que me gustan otorgar a los vecinos medio reales, medio imaginados.
La otra tarde en la puerta de mi casa, un sujeto pelado, caminaba levemente encorvado conversando o mejor dicho escuchando a su hija o a su esposa, recuerdo su jogging blanco satinado y un diario en su mano derecha, esto del diario no puedo confirmar si es real o ficticio, yo en ese momento estaba estrujando un trapo de piso en el cordón de la vereda cuando de pronto veo a este hombre, que gira y me dice:

- Adiós BUZIO

Lo de las mayúsculas no es arbitrario, el hombre lo dijo así, con énfasis, remarcó el apellido y me clavó la mirada. Yo, con las manos heladas por el trapo, le respondí el saludo sin mayúsculas ni apellidos.

-Adiós

Ese saludo fue una declaración, este tipo parecía haberme dicho “Soy un testigo de tu vida” o peor “Soy un testigo de TODA tu vida”, siguiendo con la manera enfática que él había aplicado. Esos ojos quizás habían visto todas las salidas y las entradas, mis caminatas por el barrio, mis ruidos, esas escapadas intempestivas a comprar algo en la madrugada, horarios, personas, abrazos, besos, borracheras, mis finales, principios y entremedios.
Ese hombre recordaba anécdotas que tal vez mi memoria había elegido borrar, y en cambio él, fiel a su condición de vecino-espía, las atesoraba en su mente como recortes de diarios pegados en el placard de un asesino. Había en esa mirada algo sombrío, como una amenaza, una sentencia, un pasado que reclamaba pertenecer al mundo de hoy, al cordón de la vereda, al trapo de piso estrujado, un anunció viejo que caía pesado en los párpados de ese hombre calvo.
En esos momentos uno sigue con lo que estaba haciendo, como quien se tropieza y sigue como si nada. Así  fue, intenté ocultarme ese recuerdo al cerrar la puerta de calle. Pero pronto comencé a sospechar de otros vecinos y su posible condición de vecinos-espías, la del kiosko, el portero de la escuela, el verdulero, a cada uno de ellos, si uno se detenía a mirarlos se les podían adivinar ciertas conductas misteriosas. Llegué a especular con que quizás yo también era un vecino-espía de otro u otros, y que era una misión tan secreta que ni siquiera el propio involucrado la conocía para evitar delatarse.
Esperé en días sucesivos, volver a cruzar a aquel hombre para diluir tantas conjeturas fantásticas sobre su espectral aparición, sin embargo, no lo volví a ver.

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