miércoles, 24 de septiembre de 2025

Enrique

En mi familia hay un tío muy tímido que se llama Enrique, en cada reunión él hace mucho esfuerzo para pasar desapercibido pero no lo logra. Por empezar no puede evitar llegar tarde, lo que provoca que tenga que dar toda la vuelta a la mesa para saludar uno por uno porque esa es la regla familiar. En ese desfile comete todo tipo de torpezas, pisa al perro chiquito de mi abuela, tira vasos con bebidas que hacen manchas que no salen y sin querer y después de varios amagues “que voy por acá, que voy por allá”, le termina dando un beso en la boca a su primo Omar que encima es con el que peor se lleva.

En la última navidad, además de todo eso, justo cuando estaba agarrando el plato con lengua a la vinagreta se partió la silla de plástico y se cayó al piso con plato y todo. Todos se acercaron a ayudarlo y le dieron ánimo, y en el momento del brindis mi tío a pesar de su timidez dijo que estaba feliz de estar en esa familia, o algo así porque se trabó por los nervios. Él y otros adultos vi que lloraron un poquito. 

viernes, 19 de septiembre de 2025

Concurso chino

Voy a obligarme a escribir algo. Como una salida poética a este vacío. También una suerte de tortura literaria, o castigo sintáctico ¡Ay qué ingenioso eh! Podría empezar diciendo que escribir por obligación no está bueno porque nada que sea por obligación está bueno, pero al toque, (“al toque” no lo hubiera puesto), me desdigo y desconfío de que todas las obligaciones estén mal, sería algo así como la pelusa del durazno ¡Ay qué carozo eh! No me gustan las obligaciones, aseguro, sin embargo el tiempo quizás, los fracasos quizás, los aciertos quizás, en fin, la experiencia me indica que son necesarios muchas veces, que son pequeños o grandes escollos, trámites, burocracias, procesos que tenemos que atravesar para llegar a algún lugar o simplemente seguir haciendo el camino. En este caso de la escritura, hacerlo por obligación me lleva a pensar en las veces que he gozado haciéndolo por puro impulso, sacándome de adentro ciertas palabras quemantes, ideas humeantes, pavadas grandes y pequeñas. Me gusta escribir, me gusta ver lo que escribo y encontrarlo bello, interesante como lector ¿A ver que me va a decir este tipo que ya no sepa? Te adelanto la respuesta: nada. Algo que siempre dije un poco en chiste un poco en serio, cada vez más en serio, es que sabemos todo. Seguramente muchas religiones, corrientes filosóficas y espirituales estarán de acuerdo, lo habrán descubierto, observado, analizado, vivido, explicado y promocionado, en ese orden.  Ya casi estoy en el punto de la hoja en el que me tienta ir al principio y leer todo para ver cómo va, lo voy a hacer, no, mejor no, ya que estoy escribiendo por obligación me voy a obligar a escribir más sin vigilar la forma, sin revisar si el recorrido mantiene cierta lógica o algún atractivo hilo conductor, dejaré todos los piolines sueltos esta vez. Como una desnudez de las formas, me cuesta salirme de ellas, que sea redondito, que cierre por todos lados, chim pum, pero en esta ocasión no. La generala obligada, hay que tirar y sólo jugar a lo que hay que jugar, así escribo ahora mismo, me siento un chino (pienso a puro prejuicio pero no borro, ¡ay qué honesto!) haciendo algún tipo de prueba bizarra como la que vi hace poco en la que imitaban sonidos de pájaros, en este caso me imagino un concurso sobre “quién escribe más tiempo sin parar”, en el que después se lee lo escrito y tiene que tener ciertas cualidades, o sea no vale escribir cualquier cosa, palabas inconexas, sarasa, sanata, firuletes, estirar la escritura como lo estoy haciendo ahora pero con cierta elegancia, estirar sin que se note que estirás, como en una cita en la que te querés ir, como esos equipos que van ganando y hacen correr la pelota para que pase el tiempo y se termine el partido, bueno, todo eso podría pasar en el concurso de los chinos. Quizás este texto escrito por obligación se trata de eso, de unos chinos que inventan un concurso en que una equis cantidad de participantes tienen que escribir sin parar durante el tiempo máximo que lo puedan hacer, para esto hay unos cronómetros que miden la frecuencia del tipeo, no pueden pasar más de dos segundos sin tipear, hay restricciones en la utilización de las teclas de borrar y finalmente una evaluación del texto para otorgarle validez a la prueba. La preparación de los concursantes incluye entrenamiento tanto intelectual como físico, entrenan su capacidad de asociación y velocidad para darle forma a las ideas que van a apareciendo, la ortografía y la sintaxis, pero también deben soportar el movimiento de dedos constante, desarrollando musculaturas dactilares que son toda una novedad para la ciencia, con el tiempo se crean centros de entrenamiento exclusivos para escritores donde se trabajan muchos los dedos y la espalda para mantenerse bien derechitos y no lastimarse la columna. Hay algo de supervivencia en la prueba también ya que no se puede ingerir alimentos ni bebidas durante el certamen, algunos emigran en viajes a selvas lejanas para adaptarse a las condiciones extremas de escasez, otros se inclinan por ejercicios respiratorios y de meditación para mantener la concentración por largos períodos de tiempo y no caer en desmayos o mareos.

Secretamente pensaba terminar al completar una página y ya he llegado, al borde de mi capacidad. Creo que no estoy preparado para participar del concurso.

viernes, 10 de mayo de 2019

El debate partido (sueños recurrentes de un asesor)

Hoy es el día, cuando suene la campana van a salir como Rocky y Apolo. Todo está preparado: moderadores con barba hipster o totalmente afeitados, colores sobrios, luz cálida, reglas claras, tal como acordamos tras arduas negociaciones. Por allá atrás donde ahora camina esa cucaracha van a salir Daniel y Mauricio. No puedo creer que esté caminando una cucaracha por ahí, ojalá no entre al estudio en medio del debate y se suba a una tarima, puede ser una catástrofe, pero no, tranquilo, seguro se vuelve a la oscuridad de bambalinas, eso espero, igual hubiera preferido no haberla visto. Treinta segundos para que salgan ellos, el corazón me late como un tren de Randazzo, hablamos tanto en estos días, dijimos tantas palabras, que sólo me sale una onomatopeya como arenga final, algo así como “vam” o “as”. Listo, están saliendo.
Que gran elección el traje gris plata, algún gracioso dirá que parece un Gol 5 puertas, pero está bien, le calza con el tono de la piel, estuvimos bien en bajar esa suerte de bronceado eterno, un poquito más mate, equilibrado, eso, lo veo equilibrado, es tu día Daniel, esa sonrisa lo dice todo.
Como indicó el sorteo, ingresa primero al set, saluda a los periodistas y queda en el centro de escena. Hace su aparición Mauricio, hay que reconocer que tiene cara de presidente el hijo de re mil putas, y claro, como no va a tener cara de presidente si es gerente desde la nursery, en fin, tiene un traje azul. Se acerca hasta Daniel y extiende su mano derecha, Daniel también extiende su mano derecha.
Se me hiela la sangre, por ese instante el tiempo no transcurre.
Mauricio duda en tomar la mano de su adversario, y Daniel sonríe como diciendo “¿No me vas a saludar?”, Mauricio mira a sus asesores sólo de compromiso porque sabe que va a encontrar el mismo extrañamiendo que lo invade a él, entonces rápidamente vuelve la vista hacia Daniel, que me mira a mí como diciéndo “ésta no se la esperaba nadie, viste que te podía sorprender”, pienso que le digo que no con la cabeza pero no puedo asegurar si pude hacerlo, Mauricio toma la decisión de sonreír y estrechar con naturalidad la mano de Daniel, que también sonríe, pero con una sonrisa nueva, y empieza el vaivén de esas manos presidenciables entrelazadas, al segundo subibaja Mauricio da un paso hacia atrás horrorizado al mismo tiempo que el brazo ortopédico de Daniel cae al piso haciendo un ruido seco que precede a una exclamación colectiva que se escucha por la pantalla y en todo el país, un sonido lejano como un gol en la tribuna visitante.
Daniel sigue parado y sonriendo, encoge los hombros con un gesto de yo no fui y Mauricio, gira y dice “Hagan algo che”, hay una suerte de congelamiento general en donde nadie amaga con hacerse cargo de la situación, mi cerebro impulsa a mis piernas a acercarse pero yo dudo de ese movimiento.
Entonces hace su aparición Karina caminando como en sus épocas de modelo, con aires heroicos toma la posta o mejor dicho la prótesis, lo mira a Daniel y en lugar de dársela, la guarda en su cartera importada y se retira del estudio al grito de “¡Pelotudo!”


miércoles, 10 de octubre de 2018

Casi, Will.

Will es de Londres, pero no nació ahí, nació en un pueblito inglés, así lo llama él y no lo nombra. Will es amable y educado, la inversión que su familia hizo en su educación parece haber resultado, su padre siempre decía “niño que estudia, hombre que camina”. Tiene 37 años y no le gusta nada estar perdiendo el pelo y ganando la panza, por esto último es que a veces sale a correr, actividad que lo deja con la cara roja como un tomate bien maduro. A Will le gusta la cerveza, pero no se excede tanto como su amigo Edward, que suele desplomarse en la cama borracho y a medio desvestir, antes de esa escena casi siempre habla muy fuerte, como si estuviera enojado, pero no lo está.
Will tiene una novia, y eso es todo lo que dice sobre ella.
WIll es amante del surf, le gusta desde los 10 años cuando su tía Diana le regaló su primera tabla. Su película favorita es “Punto límite”, esa donde una banda de surfers asalta bancos con caretas de presidentes de los Estados Unidos… varias veces soñó con la escena en la que Patrick Swayze va en busca de una ola gigante, aún a costa de su vida, Will sueña que se mete al agua con él, pero apenas sus dedos tocan el mar, se despierta. Cuando Patrick murió Will lloró pero no se lo conto a nadie, ese día decidió que iba a recorrer el mundo buscando las mejores olas, que iba a aprovechar cada minuto de su existencia, cosas que se deciden ante la inminencia de la muerte, sea uno inglés, chino o del Congo Belga.
Así llegó a Huanchaco, un pueblo peruano a orillas del Pacífico, un lugar tranquilo y muy recomendado entre los surfers, estuvo 5 días y partió rumbo a otra playa, cuando se fue del hostel en el que se hospedaba, olvidó un pequeño shampoo en la ventanita de la ducha. Esa noche cuando me estaba por bañar descubrí el descuido de Will y no pude evitar el lado más flojo de mi argentinidad. Sintiendo que estaba recuperando las Islas Malvinas con una avivada, estiré mi mano derecha como el Diego en el ‘86 y arrebaté el trofeo.
Estaba vacío, casi gol.

miércoles, 1 de agosto de 2012

Papel


El tipo se escapaba del papel, no era una hoja en blanco, era más bien negra, o roja, un volcán adentro de un folio resbaladizo. Al tipo lo asustaba el silencio pero más el grito, también parecía dejarle la puerta entreabierta a ciertos fantasmas vencidos, chuecos, desdibujados. Aquietado en la expectación, detenido entre el rayo y el trueno, no estiraba la mano para escupir la tinta seca. Entre vacilaciones empezó por precipitarse en gotas de espejos, en autoretratos burlones, y en ese devenir se dio de bruces contra su propio tirano que lo señalaba con un dedo flaco: “tendrías que pensar esto“, “deberías hacer aquello“, “cómo puede ser que en este tiempo no hayas hecho esto otro“, el tipo no respondía, se encogía de hombros y le daba la espalda a las cartas que supuestamente le habían tocado. Se des-ordenaba y en ese caos se atrevía a levantar banderas nuevas, temblorosas pero nuevas, con la incertidumbre propia de la vida.
Cuando ya nada importaba tanto, dos hilos le tironearon las comisuras, respiró profundo y agarró el papel, hizo un avioncito y lo echó a volar.

viernes, 8 de junio de 2012

Vecinos


Los vecinos a veces se parecen a los fantasmas. Tengo recuerdos de vecinos que creo haber visto en mi infancia, tipos mirando medio de reojo, como testigos de un pasado que llega a veces entre nubarrones de otros pensamientos. Con el tiempo uno le agrega a esos personajes singularidades falsas, que por tanto sumarlas pasan a ser ciertas, los bigotes y los sombreros son mis preferidos, y ciertos gestos que me gustan otorgar a los vecinos medio reales, medio imaginados.
La otra tarde en la puerta de mi casa, un sujeto pelado, caminaba levemente encorvado conversando o mejor dicho escuchando a su hija o a su esposa, recuerdo su jogging blanco satinado y un diario en su mano derecha, esto del diario no puedo confirmar si es real o ficticio, yo en ese momento estaba estrujando un trapo de piso en el cordón de la vereda cuando de pronto veo a este hombre, que gira y me dice:

- Adiós BUZIO

Lo de las mayúsculas no es arbitrario, el hombre lo dijo así, con énfasis, remarcó el apellido y me clavó la mirada. Yo, con las manos heladas por el trapo, le respondí el saludo sin mayúsculas ni apellidos.

-Adiós

Ese saludo fue una declaración, este tipo parecía haberme dicho “Soy un testigo de tu vida” o peor “Soy un testigo de TODA tu vida”, siguiendo con la manera enfática que él había aplicado. Esos ojos quizás habían visto todas las salidas y las entradas, mis caminatas por el barrio, mis ruidos, esas escapadas intempestivas a comprar algo en la madrugada, horarios, personas, abrazos, besos, borracheras, mis finales, principios y entremedios.
Ese hombre recordaba anécdotas que tal vez mi memoria había elegido borrar, y en cambio él, fiel a su condición de vecino-espía, las atesoraba en su mente como recortes de diarios pegados en el placard de un asesino. Había en esa mirada algo sombrío, como una amenaza, una sentencia, un pasado que reclamaba pertenecer al mundo de hoy, al cordón de la vereda, al trapo de piso estrujado, un anunció viejo que caía pesado en los párpados de ese hombre calvo.
En esos momentos uno sigue con lo que estaba haciendo, como quien se tropieza y sigue como si nada. Así  fue, intenté ocultarme ese recuerdo al cerrar la puerta de calle. Pero pronto comencé a sospechar de otros vecinos y su posible condición de vecinos-espías, la del kiosko, el portero de la escuela, el verdulero, a cada uno de ellos, si uno se detenía a mirarlos se les podían adivinar ciertas conductas misteriosas. Llegué a especular con que quizás yo también era un vecino-espía de otro u otros, y que era una misión tan secreta que ni siquiera el propio involucrado la conocía para evitar delatarse.
Esperé en días sucesivos, volver a cruzar a aquel hombre para diluir tantas conjeturas fantásticas sobre su espectral aparición, sin embargo, no lo volví a ver.

viernes, 27 de abril de 2012

Los ojos de Mario


Me puse los ojos de Mario y salí. Apenas giré la llave las baldosas se pusieron en fila, sin embargo la mirada duró poco en el piso, para encontrarla a Ana había que mirar en otras direcciones. La idea era ir hasta el parque, quizás la cruzaba a la ida, o a la vuelta, o en alguna oscuridad recortada entre los árboles. Hacía un frío  que de a poco humedecía los ojos, clima ideal para la desolación y la melancolía, en la mirada de Mario se veían esas huellas y otras. El paso era ansioso, y acompasado con la respiración armaban un ritmo de segundero, sin llegar a lo frenético pero con una cautela más cercana al miedo que a la especulación. Empezaron a barajarse rubias posibles, los ojos de Mario cambiaban cuando localizaban una, si la sospechosa estaba lejos, el envión de las pupilas parecía arrastrar mi cabeza y estirar mi cuello con el peligro de sacármelo de cuajo. La escasez y la desesperanza me hacían hurgar visiones más entreveradas, como mirar a través del vidrio de un bar o pispear entre los maniquíes de alguna vidriera. Ya la había buscado en otros lugares,  mañanas, atardeceres, días de calor, pero también de frío, claro, ya hacía un año que la buscaba, este era el segundo invierno, y este frío le calaba los ojos más que el primero, como un serrucho emperrado en lastimarle el alma. Pero el dolor no era excusa para dejar de buscarla, llegué al parque y me senté a esperarla en un banco de cemento, los ojos de Mario me sostenían erguido y atento a las personas que pasaban, la noche era amarreta para los colores y había que darse maña para diferenciar una colorada de una morocha, encima eso no aportaba ninguna certeza, Ana podría haberse teñido, o cortado el pelo, pero esas hipótesis se esfumaban entre los muchos dobleces de la pena, cuando uno se revuelca en el dolor, no suele fijarse en detalles.
Ya volviendo, noté que la gente en general no está preparada para ojos como los de  Mario, había cierta defensa ante esa mirada inquisidora, miedo. Crucé algunas que parecían decirme “Prefiero que me desnudes a que me mires así”, tal vez en los ojos haya algo más íntimo que en los cuerpos, pensaba. En una esquina sentí la esperanza de un encuentro, pero Mario no estaba para encontrarse con nadie, sólo con Ana era posible, o imposible, pero con Ana.
El tramo final se hizo largo, en las últimas cuadras, me encontré cuestionando la búsqueda de aquel amor perdido, pero los ojos se inyectaron en sangre de la bronca y casi me explotan en la cara. Recobrada la calma llegué a mi casa ya plenamente lloroso de la tristeza o el frío, me saqué los ojos de Mario y me dispuse a descansar de su aferrada obstinación.