viernes, 9 de septiembre de 2011

Tiempo

Colocó un banco contra la puerta, justo debajo de donde se asomaba la mano atada al mueble y allí, apoyó el sirio encendido, la llama quedaba aproximadamente a 15 centímetros de la mano del ruso que forcejeaba con fuerza para zafarse de la soga y ahora de ese hilo de calor que lo iba quemando de a poco. Eso, pensó, los iba a entretener por el rato que necesitaba para irse.

La casa no tenía otra salida que esa puerta, así que no había mucho que pensar, había llegado el momento de poner en marcha eso por lo que había estado encerrado y obsesionado los últimos años, la máquina del tiempo.

Le hubiera gustado avanzar más en su perfeccionamiento, pero la urgencia por escapar de aquel pogrom, hacía necesario echar mano a este último recurso, era eso o morir.

En sí, esta circunstancia estaba íntimamente ligada a los motivos que lo habían impulsado a llevar adelante semejante proyecto, no es que quisiera cambiar algún suceso del pasado, lo que le intrigaba sobremanera era el futuro, el intuía que en algún momento se terminaría esa cruel persecución de la que eran objeto los de su religión, de ser así, se quedaría en ese tiempo y tendría una vida más placentera y menos peligrosa que la de su época.

Entonces, fue a la habitación contigua y, mientras los rusos continuaban golpeando la puerta y tironeando de esa mano que se iba asando lentamente, se subió a su máquina llena de relojes y engranajes. Existía un detalle de gran importancia, no había logrado crear un dispositivo por el cual pudiera predeterminar el año de llegada, ni siquiera estaba seguro de que iría al futuro como deseaba, así que accionó la palanca y rogando por su suerte, se echo a rodar en la ruleta del tiempo.

Los gritos de los rusos dejaron paso a unos estruendos monstruosos que despedía la máquina, girando sobre sí misma, como la aguja de todos sus relojes, pronto todo fue negro y rodeada de un fuego brillante siguió dando vueltas enloquecida por un rato imposible de medir, hasta que un estruendo aún mayor que el de la partida la hizo aterrizar de un golpe que la destruyó por completo, y lo dejó a él tirado en el piso, desmayado por un instante, entre los relojes rotos.

Cuando abrió los ojos vio su máquina hecha pedazos, pero como no sabía a donde había llegado, no se desesperó, después de todo si estos tiempos eran menos hostiles se quedaría y no necesitaría la máquina para volver. Se paró con el desconcierto propio de quien viene de otro tiempo y miró para todos lados. Era de noche y hacía calor. Entre tantas cosas nuevas, lo que más le llamo la atención fue que mucha gente golpeaba unos recipientes, produciendo un ruido latoso que se multiplicaba en todas las direcciones. Atraído, se unió a uno de esos grupos que iba ganando nuevos integrantes en su camino hasta que llegaron a una gran plaza, allí todos golpeaban los recipientes, saltaban y gritaban en un idioma desconocido, frente a una gran casa pintada de rosa.

En un momento, en medio de la multitud, levantó un diario del piso que le daba la gran revelación, “2001 Argentina”.

Había logrado su objetivo, estaba en el futuro, muchas décadas lo separaban de aquel pogrón en la puerta, pero ¿Argentina?, no sabía en que lugar del planeta estaba, su maquina lo había trasladado en el tiempo, pero también en el espacio.

Quiso saber más pero nadie comprendía su idioma, así que pasó toda la noche allí, desconcertado entre la gente eufórica, notaba que algo malo sucedía, el ambiente era de tensión y de nerviosismo.

Al otro día, en la plaza vio aparecer un ejercito de uniformados, algunos a caballo, que parecían proteger a la gran casa pintada de rosa. En la plaza la gente seguía gritando, golpeando y saltando, cada vez con más violencia. Sintió que en todos los años transcurridos no sólo no había terminado aquella vieja persecución, sino que se había extendido a todo el mundo, y que ahora los perseguidos se estaban revelando frente ese enorme pogrón, un ejercito de asesinos seguramente fieles a algún odio nuevo. Ya no había máquina para seguir avanzando en el tiempo, así que se dio cuenta que lo único posible era torcer el presente y con la misma determinación que había atado la mano de aquel ruso comenzó a tirar piedras como tantos otros, en medio del caos y del enfrentamiento ya frontal.

Indignado porque todo estaba igual, decepcionado por el futuro que él había imaginado, siguió luchando con ferocidad hasta que un tiro le dio en el pecho y lo dejó sin tiempo y sin espacio.

Murió con la idea de que el mundo seguía siendo injusto. Tenía razón.

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